Senda costera de Santander

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Majestuoso, altivo, poderoso, indestructible, vigilante y siempre a ras de un cielo cambiante. El Faro de Cabo Mayor se alza imponente sobre la bahía santanderina, emblema de sus gentes y baluarte de su historia.

Lugar de obligado paso de visitantes y de impuesto destino de ciudadanos con anhelos de libertad, desde este lugar parte una vereda que ha sufrido en los últimos años el despropósito de la condición humana, la aberración de querer ‘urbanizar’ la naturaleza, el camino perfectamente transitable que comunica la Atalaya santanderina por excelencia con otro de los rincones más singulares de la ciudad, la ermita de la Virgen del Mar.

Afortunadamente, fueron muchas las voces que se levantaron en contra del proyecto que finalmente se quedó en un nuevo alarde de derroche de dinero público.

A decir verdad, incluso es posible seguir más allá, hasta Liencres, por unos pasos que configuran la romántica Costa Quebrada.

Es un lugar especial para caminar y relajarse tras la jornada laboral

Sin salir de Santander

Enfrentarse a mil peligros, maravillarse con los tesoros naturales que se conservan escondidos para la mayoría de los mortales, dejarse seducir por las olas que rompen con fuerza sobre los acantilados, embelesarse con la sinfonía del rumor de las aguas, entregarse al reclamo de las gaviotas, serenarse con las impresionantes vistas… estar al lado de la libertad es posible sin salir de Santander.

Aunque el punto de partida puede iniciarse desde varios puntos, lo ideal es fijarse en las huellas de quienes antes se embarcaron en esta aventura con la que sentirse el rey, si ya no de España, al menos si de los mares. No es necesario ser un Reyes Estévez para saltar el muro del faro y buscar cualquiera de las pistas que le adentrarán hacia el mar.

Poco a poco las gentes que toman el sol o disfrutan de las vistas que se aprecian desde el faro o desde la cafetería del mísmo, van quedando atrás, convirtiéndose en pequeñas figuras que a lo lejos no van a apreciar el espectáculo que se le presenta a usted, lector, ante los ojos.

Grandes y verticales acantilados donde el bramido del mar se hace más que evidente expulsando a modo de oleaje toda su fuerza y del que usted se sentirá testigo de excepción.

El desaparecido Puente del Diablo

El desaparecido ‘Puente del Diablo’

La primera parada de tan peculiar ruta donde el mar jamás desaparece de su vista, es un monolito mortuorio, restaurado de forma altruista hace ya más de una década por los miembros de un grupo scout de la capital y que conduce, a través de empinadas subidas hacia lo que se conocía como el Puente del Diablo, una formación natural que sufrió la embestida de la naturaleza hace unos años y que ha quedado solo en la retina del imaginario colectivo.

La senda (donde se confunden las huellas humanas con las caninas y equinas, además de algún vestigio canalla de esa senda humanizada que quedó en un quiero pero no es lo correcto, y donde asoman, del mismo modo, marcas de bicicletas) bordea toda la Costa ofreciendo unos paisajes y unas vistas que poco o nada tienen que envidiar a los paisajes irlandeses. Si uno está ojo avizor podrá detenerse en el refugio mirador desde donde antaño los soldados santanderinos vigilaban nuestras costas ante la posible invasión de tropas extranjeras.

A partir de aquí, la civilización comienza a hacer acto de presencia y basuras, papeles, latas vacías, colillas y demás envases contaminantes surgen a cada paso.

Lo que hasta este momento había sido como introducirse en un cuento de hadas comienza a devolverte a la cruenta realidad con un campo de tiro abandonado como escenario.

Panteón del inglés

Desde este lugar, se divisa ya el Panteón del Inglés, una pequeña edificación en memoria de William Rowland, un inglés que murió en ese mismo lugar en 1889 cuando paseaba a caballo con su amigo, José Jackson Veyan, jefe de las instalaciones telegráficas del semáforo de Cueto y artífice de la ejecución de tan singular monumento que surge de la nada y que con su sabor añejo forma ya parte de una historia olvidada, tal y como se hace latente al contemplar el estado semiruinoso y totalmente abandonado del edificio.

Panteón del inglés

Cansados ya por el corto a la vez que intenso paseo, un poco más adelante se pueden observar hermosas ensenadas que, ya con más vestigios de población en los alrededores se suponen que llegan hasta la Virgen del Mar, lugar al que ya no llegamos, interesados en conservar ese toque fantástico que quedará en nuestra retina por varios días, o semanas.

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